Uno se da cuenta que algo serio ocurre cuando ve la misma conversación nimia resbalando por grupos antagónicos. Mientras terminaba de elongar en la pista podía ver, a lo lejos, un grupo de viejos tirados en los camastros -los slips raídos, las remeras de hace décadas- señalando la puerta de entrada. Al caminar hacia el bar, con la paz del después de las corridas, me ocurrió lo mismo con unas viejas jugando Burako bajo un níspero. "Vienen las brigadas, vienen las brigadas!" decían agitadas, mientras falsificaban palabras triplicando puntos.
Pasé cerca del bar para ver de lejos qué ocurría. A mi izquierda apenas si registro la paradoja del cartel "Mens Sana in Corpore Sano" en el vestuario de socias, en una fachada de ínfulas atenienses. En frente, a unos cincuenta metros y en la entrada, pugna por entrar un grupo de Gordos Cyan, consolidado desde hace un par de años como la fuerza de choque macrista. La vigilancia no sabe muy bien que hacer, y mientras tanto algunos viejos dejan las canchas de tenis y también se acercan. Empiezan a gritar: "Esto Cristina no lo permite", y hacen gestos obscenos.
Entonces la conversación nimia ya está en mi interior, en la antesala de mí mismo; esto demorará la ducha, me digo, y voy hacia la puerta sin tapujos, a ver qué pasa. Al avanzar queda a mi izquierda otro grupo de viejas tomando sol afuera de la pileta, todas de pie y de espaldas, tostando sus caderas augustas mientras cogotean de costado. Finalmente los Gordos Cyan logran entrar y comienza la pelea.
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