Tuesday, July 20, 2010

Eterna cadencia de la ciencia ficción

Tomo todas las actividades relacionados con la lectura como mi perfecta cruzada absurda. Cada uno de estos eventos que acechan, torcidos, en los bordes de la agenda -casi demorados en horas cansinas o en lugares raros- hubieran sido tachados de "poco profesionales" por cualquier mentor de los Recursos Humanos, esos de los que supe desprenderme. Ese saboteo minucioso donde la maldita Blackberry es arrojada al foso del bolsillo, es la perfecta evasión.

Esta vez se trató de un debate sobre Ciencia y Literatura, en Eterna Cadencia, guiado por Diego Golombek y Martín Hadis, en la intimidad de un living con luna incluida a través del techo vidriado. Había no más de diez personas, si debo incluir a tres minitas que supieron llegar tarde. Enumero los temas: Oliver Sacks y su mujer-sombrero, Borges y la falsa verosimilitud, la memoria de Funes, las naves de los Ramanes de Clark, la ficción más infantil de Volpi y Ebly, los nexos entre ficción y ciencia, los papers bien escritos, la absurda necesidad de seres antropomorfos en Sci-Fi, y la base científica de los Memento y de los momentos de epifanía.

Me quedé pensando en mi necesidad del hilo conductor. Tal vez eso, mi búsqueda de significado (a lo Pamuk, a lo Saer) pudiera servir para resumir. Cuando estudiaba Física trataba de entender sin fricción, casi deseando que la Ciencia fuera fácil -y no se puede-. Suponía que entender todo en un parpadeo era una especie de magia que nos estaba vedada, y que debía existir un significado preciso. Ahora, cuando leo o escribo, veo que cada cual infiere lo que puede o lo que quiere. Y si tuviera que proponer un ejercicio de Sci-Fi, lo haría muy de entrecasa, agregando una chispa alineal a una situación banal en Burzaco. Mientras escribo me desanima un poco darme cuenta que esto lo hizo Bioy Casares, entre mujeres y partidos de tenis, casi a desgano.

Volví a casa y miré el estante donde se amontona el Nacional B de la sci-fi: los Le Guin, los Bester, los Farmer, los Dick tempraneros, los Gene Wolfe más recientes. En medio estante de arriba gobierna el triunvirato Clark, Asimov y Bradbury, junto a un pelotón intermedio e indisciplinado. Me pregunto si ellos habrán sentido esa necesidad de escaparse a los barrancos de la ficción, no necesariamente con marcianitos ululantes, y qué habrán hecho con su propia necesidad de sentido.

Thursday, July 15, 2010

Ventajas y desventajas de ir al teatro


Luego del agotador "Don Giovanni" de anteanoche -tres horas quince de las que aún no me repongo- van madurando sensaciones. Me encanta haber vuelto a visitar el Teatro Colón, que de alguna manera es jugar a ser turista en la propia ciudad. Pero no disfruté la obra, y mientras se iban turnando calambres en los pies -por la estrechez del recinto- y contracturas varias en nuca y espalda, me hundí en mí mismo para contemplar alrededor a algunos personajes cercanos, perfectamente dignos de estar en el escenario.

Detrás de nuestros asientos, una fila de hombres parados. En el piso inmediato superior, se repetía la fila, pero de mujeres. Un código preconciliar rige este orden para evitar tocamientos innecesarios, me contó la acomodadora luego. Durante el entreacto escapé escaleras abajo para estirar las piernas. La calle Tucumán estaba desierta y absolutamente fría, bajo la luz de la luna. Mirando hacia el palacio de Tribunales iluminado, la sensación era la de estar en el primer mundo, idea que fue rápidamente mitigada por la huída en tropel de un grupo de franceses, puteando en diversas lenguas. Al subir para el segundo acto me demoré en los cafés de los pisos sucesivos; al contrario que el descenso a los infiernos del Dante, a medida que subía iban desapareciendo los "tuxedos", y aparecía gente interesante -si vale el adjetivo-. Peldaño tras peldaño, el buen observador hubiera recolectado una buena síntesis de la sociedad argentina, desde una oligarquía inexpresiva hasta una inteligentzia kitsch, algo pendiente de la mirada ajena.

Vuelvo con mi recuerdo al escenario. Serán las actitudes previsibles de los actores, esa gestualidad evidente transportada del siglo XVII? Será la reiteración de frases musicales, esos diálogos a-lo-Pimpinela? O habrá sido la incomodidad de la butaca? Todo esto fue nivelado por el aria "Dalla sua pace" (final del primer acto) y por la increíble nota de Hugo Becaccece acerca de Lorenzo da Ponte, el escritor de Don Giovanni, que le termina dando sentido a este descenso a los avernos opertísticos. Querido lector, abandona este blog y concluye a tu vez tu aventura, yendo directamente a la lectura de esta nota.

Wednesday, July 07, 2010

El lento reflujo post mundialista

La luz pálida e invernal tras la lluvia se acompasa con el viento en despejar las calles y augura que los próximos días serán espectrales. Desde el bar veo unos viejos con pasos tambaleantes, que llevan maletines augustos, como portando sus últimos enseres hasta un destino muy próximo y definido: sólo unas cuadras, sólo unos meses. A mi alrededor, la actividad lentamente renace, sólo que en la peor estación posible.

El equipo queda afuera del mundial, y aún los que no estamos en esto, no quedamos inmunes. Nos han despojado de algo más que la pretensión al título: nos han quitado la excusa perfecta para nuestra inmovilidad. Como medusas aspiradas por un caudal de agua impensado, nos conducen al agite indeseado de un mar exterior. De un tirón navegamos hacia nuestro destino. Ya no nos estará dado el sereno milagro de la procastinación.

Enviamos mails, pedimos café, tenemos reuniones. Pero todo es artificial. No somos nosotros los que nos movemos, es el fluído que nos rodea. Si no significara un esfuezo, haría público que todas las teorías sobre el éter son, de algún modo, ciertas. Y al pulsar la tecla que enviará este post hacia ese otro fluído que es el de la Web, no será mi índice el actor, ni mi voluntad el autor detrás del cortinado. Será un mero tentáculo que se agita al amparo del vacío mundialista el que provoque esto, y luego el vacío, y la calle invernal, y la contemplación de los viejos.