Thursday, March 24, 2011

Vanidades

El ejercicio meticuloso de la vanidad supone el desconocimiento casi absoluto de esta condición. Casi nadie registra para sí esa necesidad insolente de aparentar ser mejor. Para el espectador imparcial esta persistencia es molesta y algo ridícula, pues se nota en el otro una energía excesiva en el cuidado de ciertas verdades que no pueden ponerse en duda.

Y esta plaza llena de militares en Quito, qué pretenden. “Presenten arrrr…”, como si con esto o con las decenas de medallas colgando en el uniforme, resurgieran cualquier gloria. A un costado de la plaza hay otro ejército, pero de lustrabotas, y me decido por uno. “Pasta o tinta?” me dice. No entiendo. Lo que mejor quede. Mide menos de un metro cincuento y me pregunto cómo quedarán mis zapatos luego de esa extraña molienda que se produce en su superfiice. Van a quedar más claros, me digo, ya visiblemente molesto.

Llevando esto al extremo, quien pretenda parecer top en cualquier disciplina busca parecerse a algún estereotipo. Nótese en que estamos en la corteza, en lo exterior; el vanidoso no busca la excelencia, sino su sombra consistente. Pero esas sombras se confunden entre sí, y ocurre que los vanidosos se parecen mucho. Ay de ellos si supieran que la búsqueda del glamour los ha apartado de la originalidad.

Varado en Bogotá. Ezeiza cerrado y las consecuencia se sienten en el exterior, como ondas en un estanque. Son quince horas de demora, y nos llevan a un hotel de medio pelo en una autopista en eterna reconstrucción. Le ladro al conserje cuando sugiere que hay que compartir habitaciones. Le ladro a la gente de Aerolíneas Argentinas cuando admiten que no tienen el sistema para hacer upgrade. "Qué pena señor, no señor". Son amables pero de un modo untuoso, oblicuo, que me ofende aún más.

Las vertientes de la vanidad más evidentes son las que se centran en cuatro o cinco cuestiones evidentes: belleza, dinero, fama, hasta inteligencia. Hay quien se jacta de ser inteligente, y al instante deja de serlo. Existe una vanidad más sutil, acerca del tiempo y de la felicidad. Una cirugía estética o un bronceado perfecto nos hablan de una preocupación por la belleza –dentro del género de las vanidades evidentes- pero también se refieren al poder de detener el tiempo o de usarlo al mejor antojo.

Tiempo. Quién me devuelve mi tiempo, en ese hotel antes, y en este aeropuerto ahora. Ningún trabajo merece esto, que le digan a otro que viajar es placentero. Salgo a correr por la autopista destruída, la gente me mira pasar como a un demente, y creo que es eso lo que soy. Nadie más corre aquí. Me pierdo, y advierto que nadie sabe dónde están mi hotel.

Finalmente, creo que hay gente que se vanagloria de su felicidad. Este subgénero es reconocible por un optimismo a ultranza, una energía que sólo puede provenir de fármacos, y una dificultad de solidarizase con el otro en los trances difíciles. “No, yo a los velorios no voy; es muy mala onda”. Pero denme a los tristes, a lo inconclusos, a aquellos que son sensibles a la imperfección del mundo. Denme a los inseguros, a los feos, a los que tienen mala suerte e incluso a quienes atraen tempestades. Pues de ellos no será el Reino de los Cielos, pero contarán con mi simpatía, pues no hallaré en ellos ni un atisbo de vanidad. Y habrá quien, al leer esto, identificará algo de vanidad en mí; pues bien, les diré que es la dosis mínima que me han recetado para evitar males mayores. O eso es lo que yo prefiero creer.

Vuelvo al hotel. Duermo dos horas. Nos llaman para ir a Eldorado. Y aún no sé si me habrán de pasar a Business, como merezco.

Saturday, March 05, 2011

La fábula del Castorcito y la ardillita (Dic 2000)

Había una vez una ardillita muy modosita y vivía en el interior del Bosque. Pasaba su vida recolectando datos para su base de Inteligencia Comercial y se las ofrecía al zorrito, su jefe ruin, quien por encima de su blanco bigote miraba con desconfianza los análisis y los focus groups, retándola en su siseo constante:

-Essperá un poquito. Eres una ardillita mala. No interessssa. Te cassstigaré con el Paraguas Telefónico!

La ardillita agachaba la cabeza meditabunda, y al hacerlo, de paso mostraba su budincito (*). Su atención se volvía entonces a los lirios del bosque, a las aves del cielo y a las novedades del DataBase Marketing. En eso transcurría su pathos cuando hubo un cambio en el bosque. Los lirios y las aves sufrieron una depreciación en la estimación financiera, y sus beneficios fueron solo marginales, un commodity al decir del zorrito. "Lirios, aves... es lo missmo", gemía alterado, y se atusaba el bigote.

Pero un día llego el Castor, manejando el cuatrimotor (**). Y saben lo que pasó? Se empezó a mover a todaslas ardillitas del bosque en función de su liderzago, de su situación altamente proactiva, y del contexto win-win que supondría esa relación -a veces horizontal-. Ocurre que el Castor había sido nombrado Jefe del Bosque por alguna entidad externa y germánica que escapa a los fines de este cuento. El castor y el zorrito devinieron en grandes amigos pero no compartían las veleidades sexuales del primero, ya que el zorrito sólo tenía una temporada de celo quinquenal.

Entonces el Castor sonrió, dejo que un fluido pestilente asomara a su barbilla candado y convocó a una fiesta en el bosque. Todos los animalitos fueron invitados, y hubo fiestas, baile y strippers. El castorcito tomó debida cuenta del atuendo de las ardillitas y las apoyó en diversas circunstancias. La ardillita protagonista alegó inocencia pero los jueces se pronunciaron en contrario. Algunas ardillitas afortunadas fueron llevadas al tálamo nupcial y ascendidas a ardillita-consorte. El bosque siguió mal pero durante muchos años se habló de la fiesta.

Moraleja

"No por mucho madrugar se amanece más temprano

cuando cambien al castor, el empome será en vano."

(*) BDN = budincito. Argentinismo de fines de siglo.
(**) licencia poética, eco de canciones infantiles ajenas al Bosque y al tono de este blog.

Friday, March 04, 2011

Wiki Freaks


Tras el último post sobre Lenny y Martín, he recibido infundadas acusaciones. Debo decir que me encanta recibir infundadas acusaciones, sobre todo porque imagino las acusaciones desnudas, desprovistas de funda, indefensas. Me contemplo asombrado, me digo, “otra vez?”

Han llegado a tildarme de ser el Julian Assange del subdesarrollo, lo cual fue una especie de doble ironía: quien lo dice por creer que me ofende, y quien escuche -quien suscribe- por aparentar la posesión de información valiosa. Que no lo es.

Pero hagamos una farsa de todo esto. Finjamos indignación. Como el ciclista que se yergue en los pedales para otear el horizonte –y soy bien consciente de esa frase no gana premios- , transformemos esto en mi Cruzada Absurda de comienzos de año.

Dándome ínfulas, digo que desclasificaré información laboral –rotulada como secreta, hasta el momento- y que Inventario de Otredades será, tal vez hasta mitad de año, un sitio de denuncia sobre el bajofondismo ocupacional de la Argentina Tecnológica e Internetiana de los últimos quince años. Y enconces, qué? Habrá canto de sirenas con voces engoladas, habrá mucho idiota vociferando en mayúsculas frases de extrema boludez, se apreciará mucho trabajo de esclavos remando en galeras-Telco, y no se podrá evitar que se exhume algún emal del inframundo.

Finjamos preocupación, entonces, y digamos "estamos preocupados", en plural y en mayúsculas, pues es Viernes y no tenemos -ah, ese plural mayestático que diluye la responsabilidad- un título para esta exagerada expansión del ego. No hay tiempo para genialidades. Julian Assange. WikiLeaks. Hablaremos de freaks. WikiFreaks?