Monday, September 19, 2011

Coetzee y la tía L.

Al domingo le quedaban pocos pulsos. El sol que quedaba agotaba su esperanza de primavera, y del resto sólo podía exprimirse invierno, y alguna alegría del triunfo agónico de Estudiantes. De la clase de elongación sólo quedaba un racimo de esqueletos en tensión derramándose hacia la salida del club. Vamos a ver a la Tía L., que está en el Mater Dei, me dijiste, y de paso vemos si hay algo en el #Filba, y lo digo así, con hasthag.

El bombardeo de rigor de imágenes religiosas en el sanatorio superó lo que hubiera dictado el nomenclador en una visita papal. Sobrevivimos a eso y a la presencia de primos de diverso tenor tratando de insuflar ánimo a la tía L. Estaba el primo rugbier, fascinado con el mundial de Nueva Zelandia, el primo "hágalo Ud mismo" con su callada presencia de artesano, y tácitamente nosotros, esperando que el contador de oxígeno de la tía se acercara a un decente 95 para retirarnos en buen orden.

La mayor bondad del Mater Dei es que queda a una cuadra del Malba, y esto nos condujo con rapidez a una buena fila 2 en el evento de Coetzee desafiando el escrutinio policial. En el proscenio surgió una divinidad cultural K que atronó con el poco feliz "buenas noches a todos y a todas", dejando escaso margen para la esperanza. El público aplaudió a destiempo al bueno de JM que se desplazaba fantasmalmente hacia un costado del proscenio, buscando un lugar donde guarecerse de la plebe. Una celebridad local de anteojos -de un estilo Flacso inferior-, desgranó tramas y algunos finales de varias novelas del sudafricano. Te dije, está contando los finales, y asentiste levemente.

Coetzee finalmente deambuló hacia el escritorio ostentando un rostro tedioso a prueba de balas, balbuceó un saludou en espagnol y luego leyó -en riguroso Inglés- "The old woman and the cats" que resumiremos del siguiente modo: "un joven va a visitar a su anciana madre, que vive en un remoto pueblo de España rodeada de gatos, y sobre ellos sobreviene la incomprensión". Que es más o menos la historia de cada uno de nosotros, quitando los aspectos gatunos e hispanos. Se hizo un silencio plausible, porque la mitad de la audiencia estaba cómodamente adormecida -otro tributo a Roger Waters, pero en Malba- y Coetzee pagó su cachet firmando ejemplares y musitando cero punto cero palabras con la plebe wachiturra que se aproximaba a saludarlo, esgrimiendo sus libritos como víctimas propiciatorias. El mascarón de proa de su rostro revelaba en el plano corto aún más odio.

Me quedan muchas preguntas sobre los valores humanos de todos los implicados -Coetzee, entrevistadores, personal de seguridad-, todos excepto la buena de Tía L., que aguarda en el Mater Dei sin gatos ni hijos, pero a la vez sin incomprensiones.