Thursday, February 21, 2008

Está seguro?

Siempre recuerdo esta escena de "Marathon de la Muerte" donde el Dr. Szell (un excelente Lawrence Olivier) le pregunta varias veces a Thomas (el mejor Dustin Hoffman; luego todo fue un fiasco) si "está seguro", usando un extraño sujeto tácito, antes de torturarlo.

Cuando se pierde algo valioso -o cuando se es robado- comienzan preguntas similares. "Está seguro"? No importa de qué se trata: personas, dinero, elementos de trabajo, cosas que merecen backup, etc. En particular en países lindantes con el Sowetho como los nuestros: LatAm es sinónimo de inseguridad.

Finalmente gastamos plata en rodearnos de un colchón de seguridades que jamás termina de ser completo. Nada jamás está del todo seguro, y sólo agregamos dígitos al 99.99...% a alto costo por cada nueve subsiguiente. Y esto nos hace sentir moderadamente tranquilos, con un nivel de sosiego semejante a tiempos pre-corralito.

No defiendo la postura contraria -nada disculpa los descuidos-, pero de todos modos la respuesta es no. Lawrence Olivier tiene razón, aunque al torturar a Hoffmann acaba de provocar su propia ruina. No, nada está seguro.

Thursday, February 14, 2008

Sensaciones mínimas

Gladys es repositora en una sucursal de Farmacias Ahumada, en Santiago. Aparenta unos cuarenta años aunque probablemente tenga menos. Es bajita, sonríe como repitiendo un dogma, y fue educada con una fuerte inclinación a diferenciar lo que está bien de lo que está mal. No admite matices, y cuando un cliente le pregunta algo inesperado, le responde con alguna obviedad que saca de quicio al cliente -si es que éste sí maneja matices-.

La raíz de este mal es fisiológico. Al ser educada en un ambiente autoritario, las neuronas de Gladys -en colaboración con iones de Calcio, claro está- dejaron de secretar neurotransmisores esenciales para percepciones sutiles de la realidad. En otras palabras, no se produce el umbral mínimo de electricidad -estamos hablando de microvoltios- para manifestar sorpresa, evitar peligros, reaccionar con humor, etc. En buen romance, las neuronas se aburren y escupen sustancias aburridas. En la pirámide de Maslow de las emociones, Gladys está abajo. Casi tan abajo como lo está Cristian, su actual pareja.

Y no es que Cristian tenga un phD de la Universidad de Boulder. Una de sus aspiraciones en la vida es emocionarse con un gol del Audax Italiano -su equipo favorito- pero eso no ocurre. Como la interacción con Gladys es cada vez más penosa, aún en detalles sobre los que no abundaré, Cristian miente para poder ir a la cancha, pero miente mal. Dice cada Domingo que se va a subir al cerro San Cristóbal, pero su abdomen habla más del pastel de choclo que venden a la salida de la cancha. Y el Audax sigue sin convertir goles, como si los arqueros contrarios se hubieran conjurado para ello. Pero Cristian no puede imaginar conjuras. Cabizbajo, regresa a su casa masticando una letanía: "ya, po, pero jugamos maaaal". Al llegar encuentra a Gladys leyendo con esfuerzo un libro de autoayuda.

Ni Cristian ni Gladys pueden tener hijos. De haberlos tenido, otra generación le hubiera pasado a la siguiente esa dificultad para manejar sensaciones mínimas. De la que nos hemos salvado.

Thursday, February 07, 2008

Barnes himself


Podría continuar siendo el que soy –que es básicamente lo que todos hacemos- y resumir en bullets de PowerPoint lo que fue la charla de ayer de Julian Barnes en el MALBA.

- Los presentadores (Quiroga, Vicente) hablaron demasiado, sobrevaloron a baja altura el vasto territorio del papelón, moderaron de un modo confuso y huyeron hacia las copas de vino.

- Barnes se mostró relajado, en el papel de bon vivant aquiesciente que renuncia a sus méritos. Esquivó la crítica a Sartre y la comparación poco feliz con Borges, y castigó tanto a los críticos literarios lejanos como a sus dos interlocutores presentes.

- Los momentos más celebrados fueron cuando declaró que un escritor es una persona “que se sienta del mismo lado de la mesa que el lector, y que va descubriéndole hechos, sin darle lecciones de moralidad”. Provocó murmullos de placer en el auditorio con frases escogidas (“me han dicho que la vida es esto; yo prefiero la lectura”) y con el recuento sutil de los pequeños azares que contribuyeron a la escritura de sus novelas.

Pero también puedo animarme a jugar un poco, y tratar de salir del PowerPoint. Allí trataría de describir la más sana de las envidias, la del lector que escucha fascinado al autor consagrado, que sabe secretamente que no será como él, y que sin embargo puede apreciar el momento en que avanza hacia el proscenio para lograr el autógrafo, coinnoseaur y cholulo a la vez. El lector habrá de luchar entonces contra la tentación estúpida de decir algo solemne o pretendidamente inteligente. Pero también puede ocurrir que en ese momento culminante, al autor consagrado le estén sirviendo su copa de vino. Y entonces el lector se rendirá a la alegría del momento, musitará “Cheers, Mr Barnes”, habrá logrado el autógrafo minúsculo y preciso, y caminará hacia la salida.