Wednesday, October 28, 2009

Otredad de otra magnitud (aka LTA)

El Payaso Lugüercio tiene una teoría sobre escalas de otredad -o algo así, sus conceptos siempre son vagos- donde establece que hay "saltos cuánticos" entre grupos homogéneos de gente. Podemos intentar entender a cierta gente dentro de nuestro mismo grupo de otredad, más allá del cual todo intento es vano y comienza el raid de otredades a partir del cual uno enarca las cejas. Luego de eso, se vacila entre el asesinato o el olvido. Pero a veces ocurren escenarios intermedios.

El sábado pasado llevé a mi hijo a un examen de Inglés en el Instituto Bernasconi. Estuvimos un rato esperando cerca de la entrada de esa especie de monumento a la Argentina que no fue -arquitectura europea, eduación libre en un barrio pobre, todos los clichés que nos hacen desear el Túnel del Tiempo-. Hacía calor y le sugerí a Pedro que esperáramos a la sombra unos árboles centenarios que hay cerca de la entrada. Un movimiento me llamó la atención: había un nene de unos diez años retorciendo la rama de un árbol. Le hice un gesto, y con una sonrisa le pedí que no lo hiciera. El chico acudió a su padre -o algo así- que estaba a unos diez metros. El sujeto me dice, tras anteojos negros y sonrisa sólo de dientes: "el chico está conmigo". Y yo pregunté "y quién está del lado del árbol?".

Mala respuesta. Hubo un crescendo de amenazas. Lo miré, era más chico que yo pero su mandíbula inferior compensaba. La gente empezó a mirar. Le dije a Pedro "esperá" y le hablé al padre en privado -tanto como se puede, estando rodeado por doscientos padres y niños-. Le dije "sé que te molesta, pero pensá en qué pasaría si cada chico de aquí rompe una rama?" Luego le dije que si fuera por orgullo ya estaríamos peleando, pero esto no es orgullo. Me puteó de arriba abajo, e incluso me agarró del brazo -en metáforo del tratamiento que su hijo le había efectuado al árbol-. En un dado momento pensé que lo iba a matar, pero lo noté raro. Su odio tenía una magnitud superior al de mi odio. Recordé a Lugüercio y a su teoría. "Mirate, estás temblando de bronca, a vos te parece?" le dije, sabiendo que no iba a poder pasar de eso. Y me odié un poco por no poder hacer lo que quería.

Me fui a un bar mientras duraba el examen. La bronca me duró menos de lo que hubiera pensado. A la vuelta no encontré al Padre Probablemente Represor, sino a muchos padres en ese plural zoológico de espera de hijos, que iban saliendo a medida que terminaba el examen. Los árboles nos miraban desde arriba, y pensé en otra división mayor, más violenta que la de Lugüercio: hay gente a la que decididamente no le importa nada. Y que el mayor problema lo tiene ese chico.

Wednesday, October 14, 2009

El hombre que era opaco a las fotos

Los consultores gustan de encasillar las situaciones en diagramas convincentes: perfiles AVA de recursos humanos, lunitas McKinsey en cuarto creciente o perfiles radiales popularizados por el Winning Eleven. Ah, los consultores: inician su declinación hacia el éxito desde pequeños, portando laptops, juntando millas y resguardados -encasillados- en sepulcros laborales de marfil.

Pero quienes caminan por Florida y Córdoba, y prestan atención por encima del ruido del 132, descubirán un zumbido. Quienes lo hagan tiene un don inverso: extrema sensibilidad para las radiaciones y completa opacidad para las fotos, sin que esto los emparente con los vampiros ni con las malas nuevas novelas. En los casos más extremos, esta gente percibe el halo Wi-Fi de un hotspot como un manto índigo que recubre los enchufes, al precio de no poder reflejar la longitud de onda visible en las fotos. Una cuestión de angströms, me dice el Payaso como si entendiera, y agrega que todo esto se puede representar "en un gráfico de consultores". Asiento y me callo, es inútil discutir con Lugüercio, pero algunos hechos recientes le dan la razón.

Mi caso no llega a tanto. Evito Florida y Córdoba porque el zumbido me hiela la sangre, entiendo perfectamente cualquier diagrama de consultor, pero aunque frunza el ceño no logro ver halos Wi-Fi. Ni índigo, ni magenta, ni nada. Pero les aseguro algo. Hay miles de fotos de la Marathon de Buenos Aires, y sólo me encontré en una tomada en el km41, teñida del naranja de la marca de agua. Más: en la llegada se disparan fotos cada dos segundos, y no estoy allí. Parece imposible, pero en este caso -como en tantos otros en mi vida-, no estoy allí.

Monday, October 12, 2009

Maratón Buenos Aires 2009 - 42k

Una marathon está hecha de momentos. Para la gente del común es un caleidoscopio de sensaciones que dura entre tres y cinco horas. Por cuestiones químicas del cerebro, por llegar al límite mismo de la resistencia, desaparecen del recuerdo tramos completos. Este video condensa alguna de esas sensaciones, aunque no describe el clima cambiante, las circunstancias, el dolor en los tramos finales o la satisfacción de llegar.

En una vida en que hay tan poco tiempo para hacer tantas cosas (afectos, trabajo, amores, hobbies, azar) cada vez más creo que 42K es una especialización demasiado profunda en sólo un aspecto humano. Surge la pregunta, no será mucho?