Un lunes a una semana de las elecciones, el tipo está sentado con su laptop en el bar de Jorge Newbery, pensando. Quiere olvidar por un momento que es minoría, y vuelve a las fuentes. Juzguemos los hechos, se dice. Tal vez el país sea simplemente de otros: de los que dan y reciben planes trabajar, de los que mienten la inflación mensual, de los periodistas y artistas comprados, de los que mantienen sus trabajos en los ministerios y los entes estatales. El tipo toma su café y se dice que tal vez haya que irse, pero en tanto tengamos la fiesta en paz con la familia, olvidemos lo que dicen esos contactos de Facebook. Lleguemos a fin de año.
Pero no. A menos de una semana de triunfar con el 54% de los votos, se acaba de restringir la compra de dólares en ese país del Sur. El ministro de Economía declama con voz engolada que "la reglamentación ya estaba en vigencia" y que los "comentarios en contra son intencionados". El tipo se pregunta quién tendrá razón. Llama con urgencia a un amigo completamente neutral, un alienígena de Solaris que cada tanto lo viene a visitar. Con la lucidez de los náufragos, el tipo cree que el extraterrestre sabrá darle un consejo cierto.
El alienígena se teletransporta con gran humildad no exenta de suficiencia. Sabe que todo el bar lo está mirando -no tiene una forma ni un color definido; sería un buen político-. El tipo le cuenta, hace una pausa, le pide un agua innecesaria; el alienígena se informa, medita la situación y con presteza le responde. En su opinión, la misma gente que decide imprimir pesos argentinos, generar inflación y luego negarla con índices falseados del Indec es la que indaga sobre el origen de su ahorro, y es la misma que le impide cambiar sus divisas empobrecidas por dólares. Dicho esto, se restrega con satisfacción sus diecisiete tentáculos. "Uno por cada luna de Solaris IV", le aclara. En pocos segundos un ejército de servilletas limpia la mesa del bar, una en cada tentáculo. El ruido es escalofriante.
El pobre tipo escucha el veredicto del extraterreste -impávido, pues al fin y al cabo es sobreviviente y nada lo inquieta demasiado- e intenta explicarle a su vez lo que él siente. "Yo trato de comprar dólares para no perder tanto con la inflación... ". El alienígena lo mira fijo con su único ojo que no parpadea, algo dañado por las cenizas volcánicas, y le aconseja que sea práctico. Que no se queje, que antes de paranoiquear se fije en el sistema de la AFIP cuántos dólares puede cambiar.
Esperan juntos frente al monitor el veredicto. El alienígena imagina que esto no es banda ancha, pues la página carga muy lenta. "Esto parece un dial-up de Deimos", se dice. Con lentitud pero con majestuosidad aparece la leyenda espartana, gubernamental y rigurosa: "AFIP: 2011 - Año del Trabajo Decente, la Salud y Seguridad de los Trabajadores". Más abajo figura una cifra: doscientos dólares.
Hay una pausa. Pasa una ambulancia por Jorge Newbery, hacia el Norte. En ese momento el tipo se da cuenta de que con doscientos dólares ni paga la tarjeta. Paro cuando se repone de la sorpresa, el alienígena ya se ha subido a un Dodge Polara que se aleja por Charlone.
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3 comments:
Ver y oir a Echegaray explicar las bondades de la transparencia, en el rol - justo él - de funcionario probo e incorruptible, fue todo un desafío para mi escaso temple.
Excelente su blog; curiosa coincidencia, los dos hemos dedicado algo al Bar Los Galgos, si bien su prosa es mucho mejor que la mía.
Gracias Rob. Lo único que nos queda en esta época donde hasta el Facebook y el Twitter son medio kirchneristas, es refugiarnos en los blogs y esperar hasta que escampe.
lancel
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