
Hay un antecedente. Hace veinte años solventaba mis estudios trabajando en NCR como técnico de Banelcos. Los gerentes de los bancos palidecían al verme llegar: debo haber sido el peor técnico de cajeros automáticos de la historia. A la vez me negaba sistemáticamente a trabajar los fines de semana. Pero finalmente no me echaron por ser el peor técnico ni por preferir el voley los fines de semana, sino por no entregar jamás a tiempo los informes de gastos.
No me queda mucho de aquella época: un par de destornilladores, un traje que pronto pasó de moda, las bolsas antiestáticas color azul metálico, y la indemnización que me permitió terminar la carrera. O tal vez queda algo más, esa pequeña derrota con la burocracia que se agiganta con los años.
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