En el presunto apogeo de la primera madurez sin hijos, y en la apariencia pelatus in extremis del sujeto –lo veo y creo verlo a Wainraich- subyacía una cierta modernidad, manifestada principalmente en la música dance que se escuchaba a todo lo que da los domingos a la mañana. Pero no mucho más. Nada de deportes, amigos que frecuentasen, o saludos con sus vecinos. Sólo encuentros circunstanciales con él a propósito de indeseables, valor de las expensas, búsqueda de garage o fenómenos atmosféricos. Las trivialidades nos condenan y nos hermanan a la vez.
Ocurrió que la chica desapareció hace cosa de un mes. Los hechos señalan que desde entonces el hermano de Meteoro le pregunta a sus vecinos sobre los ruidos de la bomba de agua, ya no se escucha música al regresar de la disco, y se ve su auto tirado en la puerta del duplex. La tesis pacata es que el amor pone sensible a la gente. Mi sensación es que al cruzar una frontera como la del abandono, ciertos individuos pueden rescatar alguna sensibilidad y encontrar matices donde antes no los había. Todas estas conjeturas absurdas se derrumbarán cuando la chica retorne, yo me la cruce, y le diga, solemne, “nena, me cagaste el post”.
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