Monday, April 21, 2008

Ashes to ashes

Se ha hablado de gestos del pasado, y de objetos desaparecidos. El episodio del humo sobre Buenos Aires provocó el retorno de un olor olvidado, y es el de los viejos quemadores que la municipalidad obligó a retirar de los edificios hace más o menos un cuarto de siglo.

En cada piso de los edificios “modernos” del Buenos Aires setentista habia una falsa puerta que ocultaba un pequeño conducto a los avernos. Era un espacio pequeño –menos de un metro cuadrado- donde los propietarios arrojaban su basura tras abrir una tapa metálica vertical de unos veinte centimetros de lado. Tirando de una manija se abría esta puerta trampa, por la que apenas pasaban las bolsas de basura. Al hacerlo surgía un olor muy semejante al de estos días; las mentes infantiles y alarmadas confundían esto con sitios infernales. Recuerdo que al arrojar las bolsas de residuos a esos pozos, era posible escuchar el paff lejano unos cuantos segundos después, en función de la altura del piso. No había evidencia de Infiernos, sino más bien de que las leyes de la cinemática se cumplen a rajatabla.

De chico no lo sabía, pero miles de avernos semejantes estaban conectados al exterior por chimeneas que asomban en las terrazas. En la práctica, esto significaba un géiser perpetuo de hollín que ennegrecía la ropa de quienes se animaban a tenderla en la terraza. Era una época rara: la gente tomaba sol hasta carbonizarse, no existía la protección solar, y probablemente no había blanqueadores ni secarropas. Imagino que entonces, en la ciudad, habría un olor semejante al de estos días. Entonces era algo común; estos días, Crónica lo señaló como el Apocalipsis.

La cruzada absurda del gobierno sería simular más incendios, atribuirlos a la gente del Campo, y ponerse a cantar a lo David Bowie:

“Ashes to ashes, funk to funky /
We know Major Tom’s a junkie”.

Friday, April 11, 2008

Apariciones

Hace un tiempo me refería en este blog acerca de los gestos que se pierden en el tiempo, por cambios en las costumbres o en las condiciones de vida. Dos ejemplos son el gesto de acomodarse los anteojos y la forma en que se guarecía la llama de la vela de eventuales vientos. Podría decirse que hay una desaparición anterior, y es la de los objetos.

Ayer estaba terminando de leer un buen cuento de Kurt Vonnegut acerca de los problemas inmobiliarios y sociales de gente que vive eternamente. En medio del desenlace apareció la palabra de un objeto precioso y perdido: un yunque. La palabra era levemente distinta (“paperweight”) pero mi cabeza fue más susceptible a la imagen del yunque. Doy un rodeo: un paperweight puede ser una bola de cristal –algo bastante feo que medra en los escritorios-, pero el yunque (en estricto inglés, “anvil”) es un objeto hermosoy absolutamente perdido.

El yunque quedó como objeto decorativo en memoria de las viejas herrerías y las fraguas. Como todo parece haber mudado a acerías industriales de modelos replicables, sólo debe haber yunques y fraguas en alguna herreria artesanal.

Podría existir la antítesis, los objetos que surgen de la nada y que generan nuevos gestos a sus poseedores, a su vez susceptibles de ser repetidos por otras personas, seducidos a la vez por las maneras modernas de los dueños de estos objetos. Qué es, sino, la tendencia de los celulares tipo “clamshell” donde se pretende tener poder sobre la comunicación al concluirla con un “clap”. Hay discusión en los foros, hay fans de los clamshell de los otros. Pero los celulares son los objetos de poder de este tiempo, y cada tanto inauguran un gesto.

Pancarta para piquete: “En este blog se defienden los pisapapeles de tipo yunque, los celulares Sony Ericsson de formato tradicional, y la aparición de objetos que inauguren costumbres, sin que esto signifique afectación de sus dueños”.

Tuesday, April 08, 2008

Bioy, el personaje

La figura de Bioy Casares como escritor y personaje crece con los años y se impone por lejos al resto en esa categoría exquisita de “escritor casi sin quererlo, en los ratos libres”. Preguntémonos si hay en estos días un personaje tan ecléctico, y la respuesta es no. Bioy era un bon vivant y un excelente deportista. Se me dirá que siempre tuvo el beneficio de una familia acomodada; tal vez sí, pero hoy en la clase alta argentina medran los personajes fashion y ajenos al talento. Pues si hace un siglo la intelligenzia porteña miraba mesmerizada el ejemplo de Europa, hoy las nuevas elites alumbradas al calor del rugby, la figuración y la Play Station sólo garantizan cierta tosquedad intelectual.

Bioy fue distinto y supo aprovechar las ventajas de su condición. Además fue bendecido en otro sentido. Nunca tuvo la presión odiosa de la página en blanco pues su propia vida le proveía de escenas y de personajes. Los personajes de un cuento ejemplo como Nóumeno, que combina lo fantástico con los diálogos costumbristas, están en su círculo íntimo. Lo mismo con cada uno de los ejemplos de Historias Prodigiosas o Historias Desaforadas, pero dejo las recomendaciones para la abundante referencia en Internet. Es igualmente interesante advertir que las referencias sobre la obra rivalizan en cantidad con las anécdotas sobre el autor.

Prefiero rescatar al personaje. Regidos por la información, en esta década somos todos espectadores. Nuestra definición social de “hacer algo” en el tiempo libre es ir al cine o mirar "Fútbol de Primera". En el trabajo la mitad de la tarea es enviar mails. Si hace quinientos años había conflicto, había que sacar la espada: hoy nuestra migaja de violencia es asistir crispados sobre el monitor a un mail enojoso. En ese contexto es que sobresale aún más la figura del Bioy-hacedor: campeón de tenis, sobresaliente en otros deportes, aficionado a los círculos intelctuales más reservados, y –last but not least- mujeriego incansable. Un día más o menos interesante en la vida de Bioy Casares comenzaba con deporte, seguía con un romance y terminaba en una cena con Borges. Subyace la implicación de que para escribir bien se necesita una vida plena: en ese caso el porvenir de la literatura es francamente negro.