Esta vez es un mediodía de Otoño y el clima esboza su propia autoayuda vital: treinta grados, lluvia o granizo, con diferencia de minutos. Imagino que hay poco tiempo para nadar hasta la próxima lluvia, entonces esta vez la cruzada absurda es nadar pensando en nada. No hay nadie, no hay ataduras, y contra lo esperado los pensamientos fluyen solos haciendo perder la cuenta de los largos. Las vacaciones ya pasaron. Los clientes no contestan las llamadas, envueltos en sus propias nubes electrónicas. Estudiantes de la Plata siempre formó grandes centrodelanteros exceptuando al Tano Piersimone y al Potro Fúriga. Por qué me enoja tanto este pais con más restricciones que Cuba. Es bueno el libro de Junot Díaz. Nunca pude escribir esa ficción sobre vikingos que navegan gracias a la rodocrosita el Espato de Islandia. Por qué me enoja tanto todo.
Si uno contemplara a ese tipo que soy yo, nadando, desde Neptuno digamos, y tuviera acceso a esa nube electrónica, tal vez saldría -en un output extraño, de un mecanismo sencillo y casi biológico- la solución a sus problemas. Y el problema no sería tal. Y la angustia -los "red means" de Holly Golightly en "Breakfast in Tiffany´s"- no tendría sentido. Uno podría ser capaz de fluir por la vida con la facilidad de un nadador en la pileta, indiferente a vaivenes ajenos.
Allí es cuando se desata la lluvia, y las gotas pesadas primero y el granizo después hienden la superficie del agua como los tiros en los quince minutos iniciales de "Saving Private Ryan". Y es cuando el guardavidas te espera al final del andarivel para anunciarte que todo terminó, que hay relámpagos, que hay que salir de la pileta.
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