
(La mujer se mueve, inquieta. No le cierra el negocio. Esta gente amante de libros no va a consumir más que café. Se dice, amargamente, para qué cerró con Filba a tan bajo precio... y encima a esta hora juega Boca, y me cayeron las amigas. Y, les tengo que hablar, total estos escritores qué saben... pero las acomodo en las mesas de adelante y quedo como una reina.)
Ella se acomodará la melena, mientras departe con las chicas a viva voz. Pero seguían en lo suyo Olguín, Cross y Piñeiro, la de los countries. Porque la vida es un maldito country después de otro. Cross estuvo bien: por cinco minutos habló de ghost writers a lo largo de la historia. Un escritor que se olvida de sí mismo por un instante: una novedad. Yo no podría, sé que tengo pasta de escritor.
Apenas por sobre el volumen de la madama (por qué me sushea ese tipo?), en el estrado se seguía hablando sobre libros por encargo, como la prostitución, como el crimen. La analogía es feliz: podría matar a la madama, podría convertirme en la eterna promesa incumplida que se pudre en la cárcel, y encargarle a Olguín que escribiera el libro. El guión es fácil: él tipo no sabía qué era: si físico, si corría marathones, o si debía hacer marketing o negocios. Hasta quiso escribir, mirá. Tenía pasta. Pero no puede, porque terminó en la cárcel, porque la madama hablaba mucho, y porque la vida es una maldita cosa detrás de la otra.
No comments:
Post a Comment