
Esta vez se trató de un debate sobre Ciencia y Literatura, en Eterna Cadencia, guiado por Diego Golombek y Martín Hadis, en la intimidad de un living con luna incluida a través del techo vidriado. Había no más de diez personas, si debo incluir a tres minitas que supieron llegar tarde. Enumero los temas: Oliver Sacks y su mujer-sombrero, Borges y la falsa verosimilitud, la memoria de Funes, las naves de los Ramanes de Clark, la ficción más infantil de Volpi y Ebly, los nexos entre ficción y ciencia, los papers bien escritos, la absurda necesidad de seres antropomorfos en Sci-Fi, y la base científica de los Memento y de los momentos de epifanía.
Me quedé pensando en mi necesidad del hilo conductor. Tal vez eso, mi búsqueda de significado (a lo Pamuk, a lo Saer) pudiera servir para resumir. Cuando estudiaba Física trataba de entender sin fricción, casi deseando que la Ciencia fuera fácil -y no se puede-. Suponía que entender todo en un parpadeo era una especie de magia que nos estaba vedada, y que debía existir un significado preciso. Ahora, cuando leo o escribo, veo que cada cual infiere lo que puede o lo que quiere. Y si tuviera que proponer un ejercicio de Sci-Fi, lo haría muy de entrecasa, agregando una chispa alineal a una situación banal en Burzaco. Mientras escribo me desanima un poco darme cuenta que esto lo hizo Bioy Casares, entre mujeres y partidos de tenis, casi a desgano.
Volví a casa y miré el estante donde se amontona el Nacional B de la sci-fi: los Le Guin, los Bester, los Farmer, los Dick tempraneros, los Gene Wolfe más recientes. En medio estante de arriba gobierna el triunvirato Clark, Asimov y Bradbury, junto a un pelotón intermedio e indisciplinado. Me pregunto si ellos habrán sentido esa necesidad de escaparse a los barrancos de la ficción, no necesariamente con marcianitos ululantes, y qué habrán hecho con su propia necesidad de sentido.