
En vez de mi habitual alegato antisaludo navideño, esta vez elijo preguntarme por qué no me gustan para nada las Navidades. Será por sentirme a años luz de la felicidad zoológica de la espera del MotorBox90 de cuando era chico? Es acordarme en vano de la lucha contra el sueño escuchando la conversación de mayores en Bernardo de Irigoyen, desde el regazo de la madre? Nunca más, en letras graníticas. Y tampoco el mandato religioso. Ni siquiera la obligación de los regalos, aunque cada año hay mayores pretensiones en ese rubro. Apenas una wish list dejada en el estante de la biblioteca, para hacerle la vida más fácil al resto. Tampoco hay obligaciones cursi con invitados desconocidos -casi siempre somos los mismos- o intrincados rituales anglosajones, salvo el de una decente ebriedad.
Escarbando en capas interiores, llego a la real molestia: el plural de amistosa concordancia que nos hace gelatina contra el piso. El mero cúmulo de frases hechas y de conductas preformateadas puede aturdir hasta bien entrado el 2010. Mucha gente me saludará con mucha efusividad en los días que vienen, y yo simularé no asombrarme, y tal vez sea eso lo que de veras molesta: el ahuecarse, el presentar concavidad de alma cuando hay filo. Pero en fin, que lo pases muy feliz, y con salud... y un venturoso 2010... y pobre Bob, sigue agazapado en su piano, mientras yo activo los phasers para evitar salutaciones.