Si me preguntan por qué dejé de ver a tal persona o qué pasó en tal año, la respuesta es "no me acuerdo". A veces vuelve un atisbo -como un gato arañando el mármol- y me rebelo contra mi propia falta de sensibilidad, haber soslayado personas u oportunidades. Tanto peor: qué estaré haciendo hoy que me impide ver lo esencial, aquello sobre lo que me preguntaré mañana.
En Física de Partículas se habla de scattering, esto es, de la dispersión que una partícula provoca en la materia. Cualquier analogía con un partido de bowling es perfecta. Y creo que algo parecido sucede con la memoria. Con mi memoria. El cerebro es atravesado por impresiones fragmentarias, y lo que luego sucede no es lineal. Qué recordaré de este viaje a México, esta vez con más tiempo para estar en el DF con mi cámara? Cuáles imágenes quedarán en la memoria?
Va mi intento: un museo antropológico, lluvias dispersas, excelentes brunchs en El Péndulo, gente caminando eternamente por Reforma, la melancolía de decenas de lustrabotas, el sentirme alto, las mujeres con el pelo tirante para atrás, haber subido a la Torre Latina mientras se veían en El Zócalo los festejos de El Grito, las rotondas con monumentos, la continua oferta de vendedores?
Los hechos deportivos fijan recuerdos como estacas. Tal vez lo que más recuerde es haber entrado a un bar y pedido una Corona mientras veía el quinto set del triunfo de Del Potro en el US Open. Tan triviales somos.
Wednesday, September 23, 2009
Saturday, September 12, 2009
John K. Toole - La Conjura de los Necios
Las tres imágenes coinciden en mi mente, como tres hojas A4 una sobre otra en una mesa, apenas rotadas una respecto a otra. El personaje, el autor y el lector. John Kennedy Toole tuvo una corta vida: se suicidó a los 31 años. Su madre Thelma, quien lo hostigó en vida, fue igualmente persuasiva con el editor Walker Percy, para que el personaje Ignatius Reilly cobrara vida en las páginas de "La conjura de los necios". Yo mismo hojeo nuevamente las páginas de la novela y me detengo en que Ignatius era -es, lo es cada nueva vez que hojeo la novela- una otredad mayúscula y singular. Mi único obstáculo en el placer es que cada relectura significa deshojar las páginas y destruir la obra. Anagrama es a los libros lo que los vinilos a la música.
El editor aceptó muy a su pesar leer el manuscrito, e Ignatius comenzó a vomitar su odio contra la sociedad. Ignatius es gordo, torpe, incapaz de ningún esfuerzo e igualmente orgulloso. Dos frases ilustran al bueno de Ignatius:
El editor aceptó muy a su pesar leer el manuscrito, e Ignatius comenzó a vomitar su odio contra la sociedad. Ignatius es gordo, torpe, incapaz de ningún esfuerzo e igualmente orgulloso. Dos frases ilustran al bueno de Ignatius:
- "Yo había tenido poca relación con ellos, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales no me relaciono con nadie".
- "He dado en llegar a la oficina una hora más tarde de lo que se me espera. En consecuencia, me encuentro mucho más reposado y fresco cuando llego, y evito esa primer hora lúgubre de la jornada laboral en la que los sentidos y el cuerpo (...) Considero que al llegar más tarde, mejora notablemente la calidad del trabajo que realizo.
Tuesday, September 08, 2009
El gran Norte bolivariano
Estar en el Norte de América del Sur es casi un oximoron. Casi tanto como llegar a Caracas y que te rodee una cohorte de choferes de taxis, cambistas y buscavidas: un dólar puede valer 2, 5 ó 6 bolívares. Una hora después cambio mal y elijo peor el taxi, que luego de lentos rodeos "oiga maestrico, esto está chévere, hace un año hubo un derrumbe y tardábamos 4 horas" por caminos de sierras y túneles azulejados me arroja en un hotel ex Hilton de actual dominación chavista: el Alba Caracas, algo así como un hotel ideal para convenciones de masoquistas. Calor, lluvia, y aún así encuentro que media hora de running por el parque Los Caobos no es mala experiencia.
En el hotel no hay agua, no hay Wi-Fi, no hay desayuno incluído. Por supuesto, el dólar vale sólo dos bolívares. Pregunto qué pasa y la respuesta a lo que ocurre siempre lo tiene otro "yo recién llegué" me dicen. Tal vez la última respesta la tenga Chavez, cuya foto domina las discusiones en el lobby del hotel. Pero si hay dólares todo se aclara súbitamente. Y las empresas esperan en Parque del Este, como del otro lado de un muro, y camino al aeropuerto hay campos de golf que desmienten la propaganda, y entiendo que estoy a mitad de camino de Cuba. Se puede hacer negocio o hablar con gente inteligente? Se puede. Y entonces, cómo entender esas hordas de militares, y esas convenciones de deportistas y esa propaganda turística -pero no, en el aeropuerto ni un mapa de Caracas-. En el aeropuerto debo pagar 75 dólares de impuestos para abandonar el país. Pregunto qué es la "F" al lado del signo de bolívares. "Fuerte", me responden, sin sonreír. "Fabuloso", respondo.
Un rato y un Avianca después, Bogotá es distinto, quieto, fresco, menos estridente. La gente es más humilde, pronuncia distinto, elige bien las palabras. La ciudad es predecible, con su centro reticulado de calles y carreras mirando las montañas verdes. La zona T tiene muy buenos restaurantes, de todas las cocinas posibles. El taxista de regreso al aeropuerto de ElDorado entrega en preciso castellano el resumen: "que Chavez no se enoje demasiado con los yanquis, ni nosotros con los narcos: si pasa eso, quién se ocupará del Norte bolivariano?".
En el hotel no hay agua, no hay Wi-Fi, no hay desayuno incluído. Por supuesto, el dólar vale sólo dos bolívares. Pregunto qué pasa y la respuesta a lo que ocurre siempre lo tiene otro "yo recién llegué" me dicen. Tal vez la última respesta la tenga Chavez, cuya foto domina las discusiones en el lobby del hotel. Pero si hay dólares todo se aclara súbitamente. Y las empresas esperan en Parque del Este, como del otro lado de un muro, y camino al aeropuerto hay campos de golf que desmienten la propaganda, y entiendo que estoy a mitad de camino de Cuba. Se puede hacer negocio o hablar con gente inteligente? Se puede. Y entonces, cómo entender esas hordas de militares, y esas convenciones de deportistas y esa propaganda turística -pero no, en el aeropuerto ni un mapa de Caracas-. En el aeropuerto debo pagar 75 dólares de impuestos para abandonar el país. Pregunto qué es la "F" al lado del signo de bolívares. "Fuerte", me responden, sin sonreír. "Fabuloso", respondo.
Un rato y un Avianca después, Bogotá es distinto, quieto, fresco, menos estridente. La gente es más humilde, pronuncia distinto, elige bien las palabras. La ciudad es predecible, con su centro reticulado de calles y carreras mirando las montañas verdes. La zona T tiene muy buenos restaurantes, de todas las cocinas posibles. El taxista de regreso al aeropuerto de ElDorado entrega en preciso castellano el resumen: "que Chavez no se enoje demasiado con los yanquis, ni nosotros con los narcos: si pasa eso, quién se ocupará del Norte bolivariano?".
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