Colapsan varios vuelos desde el cielo hacia el aeropuerto Benito Juárez en el DF y ocurre un caleidoscopio de personas que se funden: es un mash-up entre los intentos de globalización y un scrum de rugby. Sobrevivo a Migraciones, me arriesgo a un taxi, y tras una hora de autopistas perdidas a lo David Lynch, no estoy en DF sino en Santa Fé. Los hoteles modernos tienen el aire viciado y las ventanas no pueden abrirse. Cuando pido algo en el desk me dicen "cláaaro", pero no está claro.
Tómese mucha inversión, ponga un arquitecto fanático de rascacielos con poco criterio estético, inunde todo de autos y mézclese todo sobre un pantano: tendrá Ud a Santa Fé. Entre reunión y reunión leo algo de historia mexicana, y puedo entender el resentimiento que asoma en las miradas achaparradas y morenas. A un día de arribado, los diálogos ocurren aún levemente desplazados de su baricentro, pero como a los dos mil metros, a la altura del bosque del Chapultepec. Será el jet-lag o la altitud? Estoy cansado. No obstante, cena en Polanco: el mozo hace como que nos entiende, y la gente pretende que los mariachis les gustan a todo el mundo.
Mayas, aztecas, españoles, habsburgos y cientos de rebeliones en medio. Como si siempre faltara un "claro" por aclarar, o como si la muda mirada de rencor indígena llevara ya medio milenio. Y al final del día dos, ese maitre achaparrado, que manos en jarra y peinado con gel en puntitas, recrimina a sus congéneres con desdén por servir tarde el café a los Blancos. Y por encima de todo, la Torre del Ángel -muy Siegessäule y berlinesa, en la avenida de la Reforma- juzga todas esas miradas que van hacia un cielo donde se codean el dios de los europeos y la Serpiente Emplumada.
Wednesday, March 11, 2009
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