Así, en rápida enumeración, recuerdo que Marcelo tenía exactamente diez años más que yo, y era pelado pero de un modo prolijo. Sus buenas facciones hacían juego con el don de ser gentil con los chicos pero sin ponerles pilas extras. Se podía tomar un café con él en la barra del Newbery y hablar acerca de libros, películas, socios decadentes o chapitas, con la vaga neutralidad que permite una amistad distante: uno siempre podía ser uno. Recuerdo que Marcelo solía quejarse con cierto humor del estudio de arquitectura donde trabajaba; no le pagaban mucho, pero continuaba allí por su cercania al club. Llegaba en bicicleta o en el 34, pues le habían robado en su momento su discreto Taunus verde.
Lo conocimos en la añeja Gimnasia Danesa del central, pero la amistad se trasplantó al Newbery sin esfuerzo. Lo veíamos en complemento o en la pileta, en verano. Hace unos tres años, al ver que estaba desaparecido, le envié dos o tres mails a su casilla de Hotmail, pero nunca hubo respuesta. La búsqueda en Google fue igualmente en vano. Luego, probablemente me olvidé, o lo juzgué como otro socio que buscaba un cambio de aires. En virtud de la discreción de la amistad no pregunté mucho.
Hace un par de años me encontré con Larry -otro habitué del gimnasio-. Se abrió la puerta de una casa en venta en la calle Aguirre, y para mi sorpresa él era el vendedor. La casa estaba contrahecha y era cara, en seguida quedó fuera de tema. Hacia el final de la visita Larry me dijo "pero vos sabés lo que pasó con Marcelo, no?". Y ahí supe. Hoy, leyendo un post muy lindo de Charlotte, lo recordé y sigo sin poder creer que él ya no esté. Casi me alegro de no haber recibido respuesta alguna de su Hotmail.
Monday, June 16, 2008
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