Friday, December 10, 2010
Liderazgo pincha y crème brûlée
Un día antes del último partido del campeonato, habíamos pactado el encuentro con el Payaso Lugüercio, en la mítica "Aguada" del centro de La Plata. Los tres temas se habían entretejido en la conversación: la canción grabada a beneficio por el equipo de Estudiantes, la guerra entre vecinos de Soldati, y algo más esencial: por qué es que cada quien es hincha de cada equipo.
"Vos no elegís; Estudiantes te elige a vos" espetó el Payaso, docto y monacal pese a estar vestido aún con el jogging de entrenamiento. A sabiendas de que lo iba a aburrir, le conté por enésima vez cómo fue que me hice hincha de Estudiantes: tenía cinco años, y estaba hablando de fútbol con mi vieja mientras ella barría el living; eso fue todo. Por debajo de las palabras estaba el anhelo estúpido de empatizar con el antropólogo-futbolista; él movía las miguitas contra el mantel, y yo continuaba mi argumentación. El punto es que siempre había estado en minoría: el único hincha, en Primaria, en el Secundario, y en la Universidad, cuando en general todos eran -o son- de Boca o de River. "Creo que eso, de algún modo, me formó", dije con pretendida contundencia. El Payaso, como concediéndome el punto, tomó el pingüino para servirse algo más del tinto de la casa.
Pedimos los postres. Lugüercio clavó la vista en un banderín rojiblanco que había en el fondo del salón, y -aunque nadie hablaba- asentía levemente. "Los chicos de ahora se cambian fácil de equipo. Ayer vi uno de Independiente, el primero en diez años. Pero si sos del Pincha no cambiás". En la televisión TN pasaba los incidentes en el sur de la ciudad, como si se tratara de una ventana a otro planeta. La gendarmería separaba grupos de vecinos. La mayoría tenía camisetas de River, Boca, o San Lorenzo. "Igual, lo que vos decís no tiene mucho que ver: Sábato era de Estudiantes, sin ningún motivo.
Cambié de tema, y le pregunte qué pensaba de lo de Soldati. El Payaso te mira fijo cuando lo corrés con un tema político, pero con los cafés se dejó llevar. Hablamos de modelos de país, de la defensa de lo nacional, de repensar ciertas barreras a la inmigración. Mientras se escuchaban las detonaciones en el televisor, me explicó por qué habían caído en desgracia los clubes "grandes". Según él, el sentirse superiores los condena al fracaso, y la única excepción a esto parece ser el Barcelona, cuyo verdadero motor no son ni Xavi ni Iniesta, sino la "necesidad de resaltar la superioridad catalana", y dicho lo cual le pidió al mozo una crème brûlée, por supuesto inexistente en ese bar. Luego hablamos de la entrega de San Lorenzo en los ochenta, de cómo vendió el estadio a Carrefour, y terminó mudándose a una zona de villas bolivianas. Y mientras tanto -resalté yo-, el equpo campeón de Estudiantes había tenido tiempo para grabar una canción y recaudar fondos para hospitales. Le aseguré que lo mío no era xenofobia, sino que me negaba a darle nada gratis a la gente. "Este equipo debería ser un ejemplo, porque es solidario, trabaja, y todo le cuesta. Nada le llega gratis".
Lugüercio jamás te dice que tenés razón. Pero aún tenía una sorpresa. "Lo que sí, no creo para nada en eso de la Mística Copera" tiró el Payaso. "Creo en el laburo cada día, creo en futbolistas hijos de otros que se pasan los genes (Verón, Galleti, Romeo, etc), y en no hablar demasiado con la prensa. Creo en los técnicos casi mudos. Por eso nunca me gustó el Cholo Simeone, tenía un perfil muy alto". Un mozo que pasaba oyó el comentario, e hizo el gestito del DT corriendo dando saltitos ante cada gol. Nos reímos un poco, y el Payaso volvió a hundirse en los abismos de las miguitas de pan.
Al final, brindamos por partido que se venía, y se fue. Nunca le llegué a preguntar qué estaba haciendo él ahora, jugando en Racing. Tampoco hicimos pronósticos sobre quién sería el campeón al día siguiente. Pero en la lista de postres figuraba crème brûlée, algo borroneado.
Friday, December 03, 2010
Peligrosa certidumbre
Nabokov tiene razón, todo es bostezo y olvido. Julian Barnes, más acá, también la tiene cuando acuña que la vida es una maldita cosa detrás de la otra. Y cuando las citas son abrumadoramente reales, uno ni siquiera usa comillas. En cambio, parapetado contra el fin de año, yo sigo acumulando evidencia en contra de toda esta gente brillante y segura de sí misma, nítida, casi en relieve contra el claroscuro de la vida.
Hubo viajes, de distinto signo. Hubo otro DF, otra Caracas, y una Cartagena decadente, unidas por un calor envolvente de 35C; pero también un París para compensar, y un Madrid para promediar, ambos gélidos. En todos estos lugares, la gente estaba segura de sus opiniones, y yo los miraba desde la antesala de mí mismo, como haciendo con mi alma ese gesto itálico del montoncito. Pero hubo una excepción contra tanta certidumbre.
En un rincón de Paris, frente a Notre-Dame está la Shakespeare & Co, una librería donde se refugiaba Hemingway y donde se encontraban los libros prohibidos en los años 30. Allí, como en otros sitios parisinos, lo único cierto es la belleza serena de los anaqueles repletos de libros; no hay pregones, no hay frases rimbombantes, ni necesidad de establecer superioridad moral, de negocios, frente al otro. De allí rescaté un buen Galactic Pot-Healer, de Philip Dick, otro que no se la creyó mucho, donde se reescribe la fábula del pequeño y humilde que resulta ser grande. Otro Keyser Soze, otro Mulo. Los antecedentes en distintas ramas del arte son demasiados.
Lo que quiero decir es que uno ya es grande para jugar al nihilista, y que debe aceptar que el resto del mundo espera pequeñas certidumbres de uno, y que tal vez -como en la novela de Dick- lo que uno hace en diversos ámbitos es más importante de lo que parece. Aunque bien pueda ser que deba reescribir esta basura, y me arroje de lleno en la procastinación y en la fascinación por mi propia inseguridad.
Hubo viajes, de distinto signo. Hubo otro DF, otra Caracas, y una Cartagena decadente, unidas por un calor envolvente de 35C; pero también un París para compensar, y un Madrid para promediar, ambos gélidos. En todos estos lugares, la gente estaba segura de sus opiniones, y yo los miraba desde la antesala de mí mismo, como haciendo con mi alma ese gesto itálico del montoncito. Pero hubo una excepción contra tanta certidumbre.
En un rincón de Paris, frente a Notre-Dame está la Shakespeare & Co, una librería donde se refugiaba Hemingway y donde se encontraban los libros prohibidos en los años 30. Allí, como en otros sitios parisinos, lo único cierto es la belleza serena de los anaqueles repletos de libros; no hay pregones, no hay frases rimbombantes, ni necesidad de establecer superioridad moral, de negocios, frente al otro. De allí rescaté un buen Galactic Pot-Healer, de Philip Dick, otro que no se la creyó mucho, donde se reescribe la fábula del pequeño y humilde que resulta ser grande. Otro Keyser Soze, otro Mulo. Los antecedentes en distintas ramas del arte son demasiados.
Lo que quiero decir es que uno ya es grande para jugar al nihilista, y que debe aceptar que el resto del mundo espera pequeñas certidumbres de uno, y que tal vez -como en la novela de Dick- lo que uno hace en diversos ámbitos es más importante de lo que parece. Aunque bien pueda ser que deba reescribir esta basura, y me arroje de lleno en la procastinación y en la fascinación por mi propia inseguridad.
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