Tuesday, May 25, 2010
Mails, bicentenario y azar
Buceo en las profunidades del inbox de mi cuenta en Yahoo! a poco de volver de los festejos por el Bicentenario argentino, sobre los que me siento bastante ajeno. No puedo switchear a GMail del mismo modo en que me cuestan otros cambios, pero la nueva versión del viejo correo me permite scrollear rápido por años buenos y malos.
Ayer por la noche caminaba con mi familia por veredas rotas y mugrientas, pensando en cuánto dinero se había gastado por celebrar una imagen caleidoscópica -al cabo, qué es la Argentina- y buscaba el camino de retorno hacia un auto sitiado por hordas. La misma heterogeneidad provenía de los correos de hace añares. Pero reencontré un maravilloso hotelito en Preuzler Berg, tips para correr en Praga, una amiga hoy divorciada pontificando a su marido de entonces, los preparativos para una conferencia, y la vez que le preguntaba a Paula cómo era eso de tener un blog. Me reí al ver mails de dos chantas en un curso de complejidad, y en un amago de libro. A mi pesar, me gustó más el inbox de hace diez años que el de hoy.
Es bueno desconfiar del propio escepticismo, tanto para los eventos de la argentinidad como para juzgarse a partir de viejos mails. Ambos parten de que el pasado es lineal, reconstruible, explicable. Y finalmente, yo creo que casi todo es azar.
Thursday, May 13, 2010
Una tarde correcta
El centro médico en Colegiales es correcto, en un mundo donde ese adjetivo ya dice mucho. Al abrir al puerta dejo atrás una tarde otoñal perfecta con decorado de hojas rojizas, empedrado suave de Avenida de los Incas y cielo en composé. En cualquier momento chocaré contra la cúpula de Truman Show. Subo las escaleras.
Me voy durmiendo mientras espero que me llamen. A la vez siento una ligera incomodidad al comprobar que los cadáveres ambulanes me miran como si hubiera escapado del Jardín. La mejor medicina es no venir ni al chequeo médico, me digo, pero despierto de un sueño rápido. Me quedo mirando algo parecido a un bajorrelieve romano que trata de inspirar reverencia ante conocimientos arcanos. Es entonces cuando se abre la puerta y una médica correcta como la Clínica me llama por mi nombre.
Me derrumbo sobre el sillón y le doy tiempo para que ordene sus fichas sin hablarle. Transcurre un minuto de silencio. Pienso: si me dice "bueno, qué le anda pasando", me levanto y me voy. En todo este tiempo no se me ocurre nada revelador para decirle: quién no está cansado, quién no tiene problemas para dormir, quién no tiene stress. Miro fijamente las molduras del techo. Hay cajas de medicamentos esparcidas en la mesa, nombres de fármacos que terminan en "X", olor a enfermedad. Hace un año exacto estaba el asunto de la gripe mejicana, ahora ni eso. La doctora levanta la mirada y pregunta:
- Bueno, qué le anda pasando?
Me repliego en el sótano dieciocho de mí mismo y le digo alguna banalidad sobre cansancio, sobre el stress, sobre el dormir. Me miro a mí mismo; qué cretino, me digo. Me toma la presión: diez-cinco. Le digo, me estaba durmiendo. Me toma el pulso: cincuenta y cinco. Me adelanto, le hablo de bradicardia, es el deporte, que eso está bien. Me mira y hace una pausa. Me mira con especial atención. Me llena de papeles y prescripciones. Soy un paciente absolutamente en orden, y comienza así mi descenso al catafalco.
Afuera, la tarde es sólo un poco más luminosa, tal vez algo más fresca. La tarde es correcta.
Me voy durmiendo mientras espero que me llamen. A la vez siento una ligera incomodidad al comprobar que los cadáveres ambulanes me miran como si hubiera escapado del Jardín. La mejor medicina es no venir ni al chequeo médico, me digo, pero despierto de un sueño rápido. Me quedo mirando algo parecido a un bajorrelieve romano que trata de inspirar reverencia ante conocimientos arcanos. Es entonces cuando se abre la puerta y una médica correcta como la Clínica me llama por mi nombre.
Me derrumbo sobre el sillón y le doy tiempo para que ordene sus fichas sin hablarle. Transcurre un minuto de silencio. Pienso: si me dice "bueno, qué le anda pasando", me levanto y me voy. En todo este tiempo no se me ocurre nada revelador para decirle: quién no está cansado, quién no tiene problemas para dormir, quién no tiene stress. Miro fijamente las molduras del techo. Hay cajas de medicamentos esparcidas en la mesa, nombres de fármacos que terminan en "X", olor a enfermedad. Hace un año exacto estaba el asunto de la gripe mejicana, ahora ni eso. La doctora levanta la mirada y pregunta:
- Bueno, qué le anda pasando?
Me repliego en el sótano dieciocho de mí mismo y le digo alguna banalidad sobre cansancio, sobre el stress, sobre el dormir. Me miro a mí mismo; qué cretino, me digo. Me toma la presión: diez-cinco. Le digo, me estaba durmiendo. Me toma el pulso: cincuenta y cinco. Me adelanto, le hablo de bradicardia, es el deporte, que eso está bien. Me mira y hace una pausa. Me mira con especial atención. Me llena de papeles y prescripciones. Soy un paciente absolutamente en orden, y comienza así mi descenso al catafalco.
Afuera, la tarde es sólo un poco más luminosa, tal vez algo más fresca. La tarde es correcta.
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