Las últimas muertes están ocurriendo en Sábados de sol; esto hace que ir a los entierros en la Chacarita -a seis cuadras, bajo el sol invernal- sea casi placentero, más aún al tratarse de una familia muy querida. La Parca parece haber estado activa este Invierno y hubo que esperar una sucesión de cortejos, del que sobresalió nítidamente un Dodge 1500 blanco con una corona floral a cuestas que se iba desvencijando, en una metáfora kitsch de la muerte.
All llegar el coche con el ataúd conté seis manijas y seis hombres. Me supe dentro de una etiquette desconocida. Me adelanté antes de ser reclamado en medio de mi perplejidad, y allá fui como puntero derecho. Nada más alzar la manija noté que algo andaba mal: este esfuerzo no tenía nada que ver con el peso estimado del difunto, ni con mis marathones, pesas o proverbial estado físico. La manija de bronce quería llegar a los huesos de mi mano izquierda a un ritmo mayor que la descomposición del finado. Me dije, la capilla está cerca, y avancé con tambaleante dignidad. Durante el responso del cura me masajeé la mano, sin éxito. De la capilla al coche susurré al resto "cambiemos de lado" pero no me oyeron. Otro tramo de dientes apretados, otra vez imaginando al muerto proyectando ondas espectrales y convirtiendo manos en metacarpos y falanges. Llegué al coche sin aliento, entendiendo que faltaba un último tramo.
El horror no es la Muerte y sus alrededores, sino la certeza del dolor, y fue horror lo que sentí al comprender que el destino final del muerto era un un nicho, y eso significa bajar escaleras. En este tercer tramo los portadores abandonamos toda dignidad y tiramos hacia arriba, a los tumbos, con las dos manos. Esta vez yo había enrocado mi posición (mediocampista izquierdo, mano derecha sufriendo) y me chocaba con el back de mi lado. Al inclinar el féretro temí un descenso non-sancto del difunto hacia los Avernos, pero surgió un hotentote de Cementerios a abarajar el ataúd desde el recodo de la escalera. Luego se armó un line rugbístico para arrojar el ataúd adentro del nicho: todo fue fuerza de hombros y escasa contemplación hacia las lágrimas de los deudos. Volví caminando a casa, sintiendo que mi espalda había recibido un golpe mortal.
Sunday, July 12, 2009
Thursday, July 09, 2009
Warhol for a day
Los estudios de Artear están a tres cuadras de mi barrio natal: un foco de glamour en medio de la decadencia total. Llego primero al estudio, puedo observar tranquilo la nube de asistentes, técnicos y productores de menor y mayor rango. Parece Los Pells: ejercen mutuamente el poder unos sobre otros. Los de menor casta te acompañan al baño para que no te pierdas o te aconsejan sobre esa gota de té que acaba de caer sobre tu camisa. Parecen contentos: una felicidad casi zoológica, tamizada con animal print. Los de mayor jerarquía se comunican con el camarín de la conductora, que tiene algún problema de salud.
Llega el resto del panel, conozco a algunos. Las mujeres están preocupadas si "dan" o "no dan" en la pantalla. Son los milagros de la silver screen: se es creíble o no en dos dimensiones. Nos ofrecen sandwichs, nos plantan micrófonos, me pregunto si mi verdadero yo me saboteará. Me repito: no debo interrumpir a nadie. Decido ponerme la corbata para tapar, finalmente, la mancha de té. Vamos al estudio en lenta procesión; nuestros lugares están fijados de antemano según alguna algoritmo oscuro. De pronto se encienden las luces y las almas parpadean: esto es estar en TV.
Llega la conductora, menuda pero irradiando un halo de cierto poder -no es belleza, es influencia-. Nos saluda con aquiescencia, me dice, ésa es tu cara de enojado? Le respondo con una mueca. Surge una componenente horizontal de la gravedad que nos empuja contra el respaldo: eso se llama dignidad. Empieza el programa: todos los clichés se arremolinan sobre el escenario, todos los conceptos quedan olvidados. Casi, casi, la historia de mi vida: me siento dentro de mi cabeza, a diez millones de años luz. Apenas sí musito un par de sandeces. El programa concluye.
Llega el resto del panel, conozco a algunos. Las mujeres están preocupadas si "dan" o "no dan" en la pantalla. Son los milagros de la silver screen: se es creíble o no en dos dimensiones. Nos ofrecen sandwichs, nos plantan micrófonos, me pregunto si mi verdadero yo me saboteará. Me repito: no debo interrumpir a nadie. Decido ponerme la corbata para tapar, finalmente, la mancha de té. Vamos al estudio en lenta procesión; nuestros lugares están fijados de antemano según alguna algoritmo oscuro. De pronto se encienden las luces y las almas parpadean: esto es estar en TV.
"Oh love oh love just to see them
Acting on the silver screen, oh my.
Clark Gable, Fairbanks, Maureen O'Sullivan
Fantasy would fill my life and I
Love fantasy so much." (*)
Acting on the silver screen, oh my.
Clark Gable, Fairbanks, Maureen O'Sullivan
Fantasy would fill my life and I
Love fantasy so much." (*)
Llega la conductora, menuda pero irradiando un halo de cierto poder -no es belleza, es influencia-. Nos saluda con aquiescencia, me dice, ésa es tu cara de enojado? Le respondo con una mueca. Surge una componenente horizontal de la gravedad que nos empuja contra el respaldo: eso se llama dignidad. Empieza el programa: todos los clichés se arremolinan sobre el escenario, todos los conceptos quedan olvidados. Casi, casi, la historia de mi vida: me siento dentro de mi cabeza, a diez millones de años luz. Apenas sí musito un par de sandeces. El programa concluye.
"Did you see in the morning light
I really talked, yes I did, to Gods early dawning light
And I was privileged to be, as I am to this day
To be with you. To be with you."
I really talked, yes I did, to Gods early dawning light
And I was privileged to be, as I am to this day
To be with you. To be with you."
(*) "Friends of Mr Cairo" (Jon Anderson & Vangelis) estuvo inspirada en "El ladrón de Baghdad (1924), "El halcón maltés" (1941) y "Una vida maravillosa" (1946).
Tuesday, July 07, 2009
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