Thursday, May 21, 2009

Pyramid song

Detenido en el medio del tiempo. Un desayuno en el piso once de un hotel de cierto lujo anónimo. Luego de una semana, la moza ya sabe que abandoné el café y que voy por el Earl Grey Tea. Una cucharada de azúcar, y mientras revuelvo miro por la ventana, veo lo de cada día: una carretera que se hunde el centro de Tel Aviv como una daga. Alrededor florecen ministerios de Defensa con helipuertos, monumentos piramidales invertidos y estructuras triangulares. Algunas palmeras flanquean los edificios, pequeñas incongruencias del pasado.

En un LCD a mi izquierda aparece el día, la hora, la temperatura. La fecha me dice algo, es mi cumpleaños. La gente se pone melosa cuando la Tierra pasa por el mismo espacio respecto del Sol que cuando ellos nacieron, y afloran ceremonias: están quienes siguen recordando fechas agazapados tras páginas amarillas de viejas agendas, están quienes reciben el codazo mental del Facebook y plantan enormes mensajes –nuevas palmeras escoltando fechas, ya no monumentos-. Las pirámides están a una hora de viaje. Ya ni importa haberme quedado tanto tiempo, hoy es el deadline del trabajo. Estoy delante de una pantalla WebEx esperando que empiece una Call Conf con el resto del mundo, mientras va terminando un cumpleaños anónimo. Del mismo modo habrá estado hace cinco mil años algún escriba esperando a algún faraón.

Sunday, May 17, 2009

Tríada: Innecesaria sonrisa interior

A veces viajo a un lugar exótico a realizar trabajos muy sofisticados, donde debo acomodar mi personalidad a husos horarios, pautas culturales y exigencias hasta que mi ego queda reducido al tamaño del punto que cierra esta frase.

En este lugar hay una máquina expresso. Puedo decir que aprendí a hacer cafés decentes por primera vez en mi vida. Coloco el plástico con el café, doy vuelta la manija, y aprieto el botón. Al hacer esto se escucha un ruido muy fuerte que coincide exactamente con la nota inicial de “Love me do” de los Beatles.

Cuando eso ocurre miro alarmado a mi alrededor, esperando que todos se pongan a bailar, a cantar, o al menos a enarcar las cejas festejando la coincidencia. Pero nadie se da cuenta del secreto musical de la máquina. Hace falta decirlo? Mi ego revive y aumenta a cada expresso; lo hace estúpidamente pues a mi alrededor sigue la matanza laboral. Pero siento que he establecido esa íntima sensación de superioridad, esa innecesaria sonrisa interior que no aumentará mi sueldo, pero que no podré cambiar.


Sunday, May 10, 2009

Alonso en el cielo de los corredores

Mientras elongábamos en la pista o en el gimnasio, Alonso nos contaba historias casi cronopianas sobre cómo era correr hace 50 o 60 años en Buenos Aires. No había Lugones, se llegaba al río cruzando una vía y un estero, Figueroa Alcorta era apenas un surco apenas transitado. La gente les gritaba cosas, correr era cosa de elites en decadencia o de gente "con problemas".

Me lo cruzaba en GEBA cada tanto, y siempre tenía una palabra amable. Sabía gastarme con altura, miraba cada año los resultados de las carreras de fondo y me "pinchaba" para que por fin bajara las 3h30 del marathon. Me decía "pibe, vos sos joven" y me tiraba que a los 57 años había clavado 3h24 en el marathon. De todas esas conversaciones surgió que atesoraba una caja de recuerdos; con cierta ingenuidad yo quería escribir algo sobre sus anécdotas alucinantes. Él me miraba muy relajado, como a cien años luz de mis inquietudes, y me decía "después nos tomamos un café". Los últimos años yo lo gastaba, a mi vez, por este café demorado. Creo que él se sentía eterno en la medida en que no entregara la totalidad de sus recuerdos, como alargando su cuerda vital. Él me ganó esta carrera.

Ayer Alonso murió y yo hoy estoy muy triste. Seguro que él tuvo amigos más cercanos que yo, y que hay gente con certezas más sólidas que las mías. No tengo muy claro cómo es cruzar la meta hacia la muerte; no sé de medallas ni de premios, me pregunto si se recibe un Gatorade celestial o más bien te quedás mirando qué tal están las corredoras que vienen llegando. Pero en tanto, prefiero suponer que de algún modo Alonso trota aún por Palermo y nos acompaña, todas y cada una de las veces que corremos para olvidar que hay una muerte esperando.