Detenido en el medio del tiempo. Un desayuno en el piso once de un hotel de cierto lujo anónimo. Luego de una semana, la moza ya sabe que abandoné el café y que voy por el Earl Grey Tea. Una cucharada de azúcar, y mientras revuelvo miro por la ventana, veo lo de cada día: una carretera que se hunde el centro de Tel Aviv como una daga. Alrededor florecen ministerios de Defensa con helipuertos, monumentos piramidales invertidos y estructuras triangulares. Algunas palmeras flanquean los edificios, pequeñas incongruencias del pasado.
En un LCD a mi izquierda aparece el día, la hora, la temperatura. La fecha me dice algo, es mi cumpleaños. La gente se pone melosa cuando la Tierra pasa por el mismo espacio respecto del Sol que cuando ellos nacieron, y afloran ceremonias: están quienes siguen recordando fechas agazapados tras páginas amarillas de viejas agendas, están quienes reciben el codazo mental del Facebook y plantan enormes mensajes –nuevas palmeras escoltando fechas, ya no monumentos-. Las pirámides están a una hora de viaje. Ya ni importa haberme quedado tanto tiempo, hoy es el deadline del trabajo. Estoy delante de una pantalla WebEx esperando que empiece una Call Conf con el resto del mundo, mientras va terminando un cumpleaños anónimo. Del mismo modo habrá estado hace cinco mil años algún escriba esperando a algún faraón.