Desde hace unos días pienso en la identidad, en la manera en que somos y nos percibimos. Qué es lo que hace que seamos de cierta manera día tras día? Por qué no hay un reset general entre una jornada y otra, ya que las células de nuestro cerebro cambian, las circunstancias mudan, y nuestro ánimo -o lo que fuere- es función de miles de variables?
Pienso en la gente bipolar -el Mike Tyson de las depresiones, según Martin Amis en Night Train-, en la década del Prozac, en las argucias químicas que son necesarias para mantener un yo en vilo entre mareas descomunales. Y por qué? Para hacer frente al postulado de que las personas son inmutables, constantes, "con derivada cero" en el tiempo.
Hoy se dice que la inmortalidad depende de hacer back-up del cerebro que habita un cuerpo viejo hacia otro cuerpo más joven. Algo así "hagamos download de la información, alojémosla en un hardware mejor". Y yo creo que lo que somos es una información que cambia día a día. Me maravilla que los matrimonios y las relaciones familiares duren tanto, si son funciones de onda en perpetuo colapso. Debe haber algo más que explique todo esto. Mientra tanto, sigo dudando que cada mañana al levantarme, yo sea tan yo, tan siempre.
Sunday, November 25, 2007
Wednesday, November 14, 2007
Miami da Tijuca
Es de noche, ya, el gimanasio ya cerró y no llegó aún nadie del grupo al hotel. Sólo me queda buscar algo en los alrededores. Los barrios pobres están cercados por los grandes cotos de caza de los ricos, me digo, mientras chequeo que soy el único caminante nocturno por la Avenida Das Américas, eyectado del hotel medio-medio bajo la lluvia hacia algún restaurant amigo que las leyendas dicen está en un mall.
Definición de hotel medio-medio: tiene todas las comodidades pero desde que llegás sentís que hay un conflicto latente con el conserje que irremediablemente estallará o esta(sh)ará. La ortografía depende de la mayor o menor solemnidad con que sepas administrar tu furia -y en qué idioma, y si es antes o después del check-out-. Amen del conserje, estás en un hotel medio-medio cuando no estás cerca de la playa en Río, o te separara una laguna probablemente contaminada. Which happens to be the case, como supe al día después: un gran caño lleva mierda de ricos a laguna de pobres. Levanto la vista hacia la noche: bajo la lluvia, a la derecha son todos terribles condominios con seguridad. Y con caños. A la derecha, pasando Avenida Das Américas, un buen inventario de chaturas de distinto signo.
El hotentote de la entrada me dice, você maluco, você devería deixar de caminar pra lá. Pero yo quiero caminar. Pienso: en el maletín tengo todo. Pero todo. No me conviene un asalto. Tres cuadras después, llego al Barra Design, y de golpe todo es perfecto y somos todos rubios y las mulatas tienen piernas absolutamente derivables (C infinito según la jerga del Exactas) y todos tienen tarjeta para los restaurants del piso tres. Elijo uno italiano, me atienden como si fuera un auténtico marahato, hasta que elijo unos fetuccini al funghi y le aclaro al mozo que odio que me sirvan la bebida. Termino rápido, un expresso, y bajo las escaleras mecánicas en esa soledad tan evidente en los shoppings: cada vez más, la gente va de a veinte, a sofocar la pobreza de extramuros en grupos bien delimitados. Ir al shopping en grupos es la analogia offline del Twitter, emitiendo grititos de menos de ciento cuarenta caracteres.
Vuelvo sin el miedo de la ida: un perfecto decasílabo. Vuel-vo-sin-el-mie-do-de-la-i-da. Mastico el pensamiento de que Miami acaba de abrir una sucursal en Tijuca. El moreno de la entrada del hotel advierte sorprendido mi retorno en una sola pieza. Viviré para pelearme con el conserje.
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