Tuesday, September 14, 2010

Lugüercio desencadenado

Apocado por la prensa y por el declive racinguista en la tabla de promedios, mi amigo el Payaso Lugüercio se propuso incursionar en el atletismo mientras alternaba sus esporádicos partidos en primera división. Fue una pasión otoñal, como la son todas. Por unos años su vida tuvo sentido al amparo de un Excel dictatorial, que le ordenaba kilómetros y ritmos. El Payaso obedecía y entrenaba, acatando con mansedumbre el rigor del entrenamiento. Creía en este Excel más que en sus directores técnicos; creía, en fin, que mejoraría con los años.

Pasó
minuciosamente por cada decepción posible en la vida del corredor. Pronto descubrió su falta de velocidad en los eventos de pista: con una convicción insana se dijo que lo suyo era lo opuesto, la resistencia, y se volcó a la distancia madre de 42 km. Fue más allá, averiguó sobre ultramaratones. Se anotó en el Espartatlón de 240km para abandonar meses antes. Se cocinó lentamente en el infierno de los atletas sobreentrenados, y comenzó a inventar distancias intermedias donde no tuviera registros a mejorar. Se confesó ante sus amistades: “soy recordman en los 12,5 km”. En fin, enchapiteció.

Lo que lo convertía en ejemplo de sus compañeros de Racing –y en motivo de escarnio por parte de sus amigos de Estudiantes- lo limitó aún más como jugador, si tal cosa era posible. Hizo con las críticas lo que sugeria Nabokov con sus libros: bostezar y olvidar. Cuando entraba en los segundos tiempos chocaba contra rivales y se cansaba rápido en los piques cortos, que corría a anotar prolijamente a su Excel como “pasadas de 50 metros con recuperación variable”. Fue separado del plantel y ofrecido en préstamo sin cargo a un oscuro club de Oruro, Bolivia. Le dijo a sus íntimos que “había aceptado este préstamo para poder entrenar en la altura”.


Algunos libros de texto de Fisiología del Deporte rescatan la curva del declive atlético que acompaña esta nota. Lacónicamente, tiempos obtenidos en eje Y, años en el eje X. Rápido apogeo, lenta declinación y feroz desencanto: todo en el Payaso es metáfora del decaimiento atlético del ser humano, y de la desangelada epopeya racinguista. Toda nuestra vida es, finalmente, bostezo y olvido.

Saturday, September 04, 2010

La madama literaria

Qué era lo que decía Julian Barnes? Que la vida era una maldita cosa detrás de la otra? Algo de eso le escuché decir en su charla hace dos años en el Malba. Hoy por caso fui a ver una charla de escritores, en el marco del Filba, y me encontré conjeturando acerca del violento final de la madama de pelo bordó que regentea el bar (librería?) "Clásica y Moderna".

(La mujer se mueve, inquieta. No le cierra el negocio. Esta gente amante de libros no va a consumir más que café. Se dice, amargamente, para qué cerró con Filba a tan bajo precio... y encima a esta hora juega Boca, y me cayeron las amigas. Y, les tengo que hablar, total estos escritores qué saben... pero las acomodo en las mesas de adelante y quedo como una reina.)

Ella se acomodará la melena, mientras departe con las chicas a viva voz. Pero seguían en lo suyo Olguín, Cross y Piñeiro, la de los countries. Porque la vida es un maldito country después de otro. Cross estuvo bien: por cinco minutos habló de ghost writers a lo largo de la historia. Un escritor que se olvida de sí mismo por un instante: una novedad. Yo no podría, sé que tengo pasta de escritor.

Apenas por sobre el volumen de la madama (por qué me sushea ese tipo?), en el estrado se seguía hablando sobre libros por encargo, como la prostitución, como el crimen. La analogía es feliz: podría matar a la madama, podría convertirme en la eterna promesa incumplida que se pudre en la cárcel, y encargarle a Olguín que escribiera el libro. El guión es fácil: él tipo no sabía qué era: si físico, si corría marathones, o si debía hacer marketing o negocios. Hasta quiso escribir, mirá. Tenía pasta. Pero no puede, porque terminó en la cárcel, porque la madama hablaba mucho, y porque la vida es una maldita cosa detrás de la otra.